sábado, 11 de abril de 2015

LA LÁGRIMA QUE SOLTÉ EN EL PASADO AÚN NO TOCÓ EL SUELO




LA LÁGRIMA QUE SOLTÉ EN EL PASADO AÚN NO TOCÓ EL SUELO
- sobre Siembran-

Javier Martínez Ramacciotti


“He oído el contar de muchos años
y muchos años tendrían que atestiguar un cambio.
La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo.”
Dylan Thomas

“Hermana en turbulenta pesadumbre,
mira una barca de angustia sumirse
entre estrellas
en el callado rostro de la noche.”
Georg Trakl

Primero, temprano, en la facu. Clase del seminario del equipo de investigación. Vamos y venimos respecto a los cruces del arte contemporáneo, desde un concepto a una noción contradictoria, desde un autor a otro lejano, y todo termina en un simple y contundente llamado a la experiencia que sabe tomarse su tiempo; digamos, a la aún-no experiencia, a la suspensión del sentido de los que nos (tras)pasa y nos arrebata la lengua. Primero, temprano, en la facu, un llamado a habitar ese despojo de las palabras con las que atolondramos la herida de la experiencia, de cada experiencia. Y con ese llamado en el cuerpo bajo al centro. Con la herida en una mano; con el mutismo en la otra. 

Más tarde, esperando para ingresar a ver la obra del Izquierdo Teatro, Siembran. La obra se realiza en un departamento. No en un espacio cultural, no en un teatro, sino en un departamento que hace las veces de escenografía de un departamento. Y en ese espacio reducido, dos chicas que acaban de mudarse ejerciendo el sutil arte de habitar un lugar que ni las niega ni las implica, tal y como lo hacen mil chicas que habitan departamentos en córdoba. Y un chico, el hermano de una de ellas, que las visita para poner inicio a una secuencia de actos que podrían estar sucediendo en el exacto mismo momento de la actuación en el departamento de al lado. L., al salir de la obra, me dice que es complicado apreciar el ejercicio actoral cuando se actúa de algo tan cotidiano y común que podrían estar haciendo de ellos mismo. Yo pienso que nada más extremadamente intrincado que actuar o ser uno mismo, y que por eso me habían impactado las tres actuaciones, pero no se lo digo porque, bueno, ya lo escribí, nada más trabajoso que ser transparente, con uno o con los otros, da igual. De algún modo, la gran virtud de la obra es efectuar una representación de una cadena de hechos tan próximos, tan de cada uno de nuestros días, que lo más sencillo sería que declinara en la tautología que replica lo ya sabido y nada agrega, y sin embargo…L., mientras caminábamos a buscar las prometidas empanadas de quínoa, me hizo notar que en un momento una de las actrices pasó al frente nuestro y dejó caer una lágrima que yo no había notado. Siembran esquiva la tautología de la reproducción de vidas ordinarias sin recurrir a giros imprevistos ni técnicas de des/automatización y/o extrañamiento- sólo apenas recurriendo a unas inquietantes miradas al público que parecen funcionar como implicadores, como un cordón umbilical invisible que dice: a ustedes también les está pasando esto- , sino simplemente focalizando en esas tres vidas esa lágrima que cada una dejó deslizar y no pudo apreciarse y que aún sigue cayendo. Digámoslo de otro manera: vivimos en una ciudad que se eleva en edificios que acumulan biografías de las que no sabemos nada e intuimos son todas más o menos lo mismo; Siembran no viene a exhibir que esa intuición sea una reacción inercial, un presupuesto homologador. Nada más lejos. Casi que dice: miren, están en un departamento viendo un departamento y la vida de tres chicos como la vida de cualquier otros tres chicos. Pero agrega: sólo que cada uno de esos tres chicos tiene una lágrima que ni ellos ni ustedes ni nosotros vimos. ¿Vamos a descubrir el mecanismo exacto por el cual esa lágrima llegó al ojo y luego se deslizó hasta el suelo para perderse en la fosa común de los dolores comunes? No tenemos idea, acaso sólo intuimos, quizá nunca fue lo importante, las razones de los sufrimientos; ni siquiera nos habilita la catarsis de la tragedia, gracias a un preciso trabajo con un humor que lejos de desafectar la intensidad del surco de la lágrima lo amplifica en la cámara sonora de la risa (pensaba, mientras me reía sin olvidar que lo hacíamos flotando sobre las lágrimas que no vimos caer, en la frase de la película Beginners: You make me laugh but it´s not funny). Sabemos desde un comienzo que los tres personajes habitan el fracaso de sendas relaciones, y que esos fracasos, esos lazos deshilachados, son los que al mismo tiempo los ponen juntos para compartir sus rupturas, una suerte de comunidad de lágrimas y soledades compartidas. Podríamos decirlo sin tantos giros: están destruidos y sin embargo están, siguen estando, cerca, lejos, otra vez cerca, sin poder cancelar la distancia mínima de la que estamos hechos pero haciendo su mejor esfuerzo para no dejarla crecer. ¿Hay épica en eso? No. O sí, quizá Siembran responda que hay una modesta y democrática épica que hace de cada uno de nosotros levantándonos para erigir el mundo cada mañana una especie de héroe cuyo himno nadie se va a tomar el trabajo de componer, y con justísima razón.

Como aparece recitado en medio de la obra en una lectura de un libro de Hugo Mujica sobre Georg Trakl: la noche no oscurece, revela. La noche de cada una de esas tres vidas soltadas de sus órbitas- sus relaciones- revelan algo, pero no es la cifra de la efinge del dolor, ni una pedagogía de su transmutación en alegría. Revelan, lisa y llanamente, la noche. La noche revela la noche. La lágrima revela la lágrima. La soledad revela la soledad. Nada que aprender, nada que superar. Pero sí algo para mostrar, y acaso toda la obra no sea más que aquello que efectivamente hace: tres vidas cualquiera, con sus heridas en una mano y sus mutismos en la otra, compartiendo un mínimo espacio. La imagen final, que no vamos a spoilear, debe quedar en el ranking de condensadores sensitivos que ocupan y se domicilian para siempre en la retina y la memoria afectiva de cada uno de nosotros, y de algún modo dice lo obvio pero lo dice entre muchos y para muchos: las lágrimas que soltamos, y que aún siguen cayendo, nadie las va a rescatar, pero uno al lado del otro podemos (hacer) pasar el tiempo sin que eso nos hunda. 

Al terminar la noche, acompañando a L. a su casa, mientras comenzaba a sentir el avance de las puntadas de la migraña, escucho su voz como de lejos- era ella o yo quien estaba en el exilio de la situación, quién sabe, no importa- y en un imprevisto me dice: "acá te dejo solo". No presté atención a la frase, reaccioné sin reaccionar: Okis, dije. Podría haber dicho muchas otras cosas más acordes, más fieles a mí mismo, pero ya fue escrito: nada más difícil que actuar de unos mismo. "Acá te dejo solo", me seguí repitiendo, como si la frase hubiera estado todo el día conmigo. Acá te dejo solo, en la facu. Acá te dejo solo, en la obra. Acá te dejo solo, volviendo a casa, solo. A mi lado había un perro y le repetí la frase: "acá me deja solo". Ladró. Dos veces. Guau, guau, dijo, que como todos sabemos- o me pareció evidente en el momento- en idioma canino significa: te acompaño en el camino, no te hagás drama, yo te banco. 

Gracias Perri. Gracias Siembran. Gracias, por eso, sólo por estar, mientras camino derecho, con el mutismo en una mano  y la herida en la otra.   


Funciones: 
A las 20.30 hs // los viernes (La dirección se pasa por privado, reservas por Inbox o sms/Wasap al 3516168435)

FICHA TÉCNICA
Dirección: Eugenia Hadandoniou
Dramaturgia y Actuación: Delfina Díaz Gavier, Gustavo Kreiman, Daniela Valdez
Producción: el Izquierdo | teatro


martes, 7 de abril de 2015

ALGO QUE NOS DESTRUYA




ALGO QUE NOS DESTRUYA
-sobre El Bálsamo. La suave pausa de la que estamos hechos-

Javier Martínez Ramacciotti



“Necesito algo que me haga concha el corazón.
Como cuando se te pega una canción espantosa
y necesitás otra pegadiza para remplazar
esa pieza en tu cerebro automático.
Necesito algo que me destruya.
Daiana Henderson

Todo crítico debería comenzar confesando de qué silencios es culpable. La escritura crítica se presenta elocuente, plena de palabras y sentidos, y en general tiende a desplazar las huellas de su conmoción. Pero hay obras que infringen una herida en el habla crítica; obras que introducen, entre ellas y un escrito, una vacuola de silencio. Es el caso de El Bálsamo, obra de danza contemporánea con dirección de Victoria Rosso repuesta los viernes de Abril. Cuando salimos del precioso Espacio Ramona, lo único que nos llevamos como herencia es toda la lengua hecha un ovillo de lana trabado en la garganta. Ahí están los términos de siempre para desgranarse ni bien se emplean: es una obra linda, es una obra emocionante, es una obra técnicamente impecable, es un flash. ¿Y qué decimos cuando decimos eso? Nada. Lanzamos palabras en el agua que se hunden dejando apenas una estela de pliegues en la superficie. De lo que no se puede hablar, mejor seguir hablando. El Bálsamo es una (a)puesta hermosa, pero en un sentido Rilkeano: “Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible” Bella, entonces, no por estética, no como anestesia distractiva, sino por terrible, por el disloque que infringe en nosotros, en nuestros acelerados y repetitivos mundos. El Bálsamo es de una hermosura silenciante porque es el principio de algo terrible que podemos intuir: hay otra modalidad del cuerpo, otra forma de existencia en contraste con la cual somos una vida menesterosa.
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo” es una cita común a la hora de pensar a las artes más asociadas a la praxis corporal- aunque todas, en sentido estricto, son artes del cuerpo- Lo que no suele ahondarse es que ese no-saber conlleva- e implica- un espacio de la experimentación de un cuerpo compuesto, un cuerpo del que no sabemos su potencia porque, en principio, no es un cuerpo, sino la convivencia pululante de varios. La obra introduce justo allí, en el espacio en blanco de esa ignoscencia- ignorancia e inocencia-, tres operaciones que delimitan la anatomía heterodoxa de los cuerpos que tratan y encarnan ese principio de lo terrible. En primer lugar, el cuerpo es un compuesto dinámico, un organismo que se contrae y distiende repetidamente, como un corazón múltiple, un corazón mamushka. Esas extensiones y contenciones azarosas finalizan encontrando, en segundo lugar, relaciones regulares, relaciones nacidas de la dinámica caótica del choque, de las variadas escenas donde los cuerpos se miden- y en esta expresión deberían escucharse los dos sentidos, tanto el referido a la escena de enfrentamiento como la remitencia a la mesurabilidad, la medida numérica-: un cuerpo compuesto que inventa relaciones y la ley de esas relaciones. Y, por último, El Bálsamo exhibe un compuesto corporal de relaciones que existe en tanto y en cuento conquista un entorno, unos cuerpos co-extensivos al especio que llegan a habitar por traslados y exploraciones. Efectuadas estas tres operaciones, que en la escena existen sólo plegadas unas a otras, ¿qué acceso novedoso alcanzamos sobre el cuerpo, qué cifra inaudita nos llevamos de la sala como un secreto intransferible y valioso? Ninguno. Al final, no sabemos más sobre El cuerpo pero sí retenemos algo sobre esos cuerpos. Al mutar la luz de la iluminación en penumbra, y ésta en oscuridad, justo cuando declina la escena, insisten sin embargo dos cosas: el residuo de la imagen de los cuerpos en la retina (como un efecto retardatario de la luz) y la voz de Agustín Albrieu Llinás, que excelentemente cantó y tocó la guitarra en vivo durante (en) la obra (como un efecto retardatario del sonido). Declinada la escena, unos cuerpos que exploraron la potencia de su composición relativa habitando un entorno sobreviven como hilachas de luz y sonido. ¿Será eso la suave pausa de la que estamos hechos, tal como anuncia el subtítulo de la obra? No ya una quietud, la inmovilidad entre dos movimientos, la insignificante coma entre dos frases importantes, la renuncia, sino la conquista de un movimiento lo más tierno posible, de una suavidad en el umbral mínimo de la materia, casi aire, casi agua, casi terrones de tierra despedazándose en el tiempo. La suave pausa, entonces, como una nueva disposición de los cuerpos y el espacio, esa inédita configuración que introduce como shock intuitivo el principio de lo terrible, la fe en un modo de la existencia que disloca la nuestra, que nos susurra: ¿para qué? no hay una verdad. ¿Para qué la preocupación, para qué la ansiedad, para qué el miedo, la tristeza, el delirio, la grandeza, el hastío, para qué tantas preguntas? No hay una verdad, como no hay un cuerpo: hay cuerpos inclinándose a la pendiente de gradación de la luz, hay cuerpos estirados hasta ser voz ondulante en el aire oscuro. ¿Para qué…? El Bálsamo no responde. Se toma una pausa, inventa unos cuerpos hechos de pausas, que ni saben ni ignoran. Cantan. Son un canto apagándose en medio de la noche, porque sí, porque no hay una verdad.
Y entonces, retomando el silencio primero, sabemos ahora que no era falta de palabras sino explosión de canto. Y que este canto, como el de las sirenas, no nos muestra nada pero nos deja intuir algo ¿hermoso? ¿terrible?. Al salir de la obra, mientras me alcanzaban al centro en el auto, F. hablaba con G. por celular y le decía “es re triste”, a lo que G. respondía “nada que ver, es lindísima”. Más tarde, sentado en un bar, mientras esperaba un whatsapp, pensaba: ambas tienen razón. Y pensaba: es triste y es linda, es hermosa y es terrible. Y anotaba en mi libreta: Estamos solos. No estamos solos. No es una cosa o la otra. Es una cosa y la otra. Al mismo tiempo y en la misma medida. ¿Me deja eso feliz? No, pero es un consuelo, un bálsamo, como quien dice.

El bálsamo es una obra hermosa y terrible. Al mismo tiempo y en la misma medida. Es terrible porque nos disloca dejándonos en el silencio; y es hermosa porque necesitamos con urgencia algo que nos destruya. Algo que nos haga concha el corazón.


************* EL BÁLSAMO *****************
La suave pausa de la que estamos hechos

LOS VIERNES DE ABRIL / 21.30 HS
ESPACIO RAMONA, Perú 766

* Intérpretes: Lucía Cravero
Roberto Delgado
Davina Maccioni
Erick Sánchez.
* Música original en vivo: Agustín Albrieu Llinás.
* Vestuario y asistencia artística: Florencia Martínez.
* Diseño de luces: Rafael Rodríguez.
* Escenografía: Juliana Manarino.
* Colaboración artística: Susana Leal.
* Diseño Gráfico y fotografías: Agustina Rosso.
* Arte en programa: Alejo Schettini.
* Texto en el programa: Valentín Rodriguez.

* Dirección: Victoria Rosso.