lunes, 3 de octubre de 2011

ROSTROS SIN JUSTICIA
-prólogo para una penalísitica de la amistad-


"No hay pedagogía del vacío
la caida se ejecuta"
Ana Porrúa

"Lo que pienso e imagino,
no lo pensé ni lo imaginé solo"
Georges Bataille

Es así, la justicia no es un equilibrio distributivo: eso a lo sumo es una ficción del Estado moderno. Pero entre personas, entre cuerpos finitos y mortales, la única justicia es la de la palabra, la que emerge en el diálogo, en su instancia de actuación, en un hic et nunc efervescente. Entre dos rostros mirándose, ser justo, ético, no pasa por un presunto equilibro, por una economía de las acciones: dos ojos posándose en los otros no piden un ticket, ni el prontuario de las actitudes del otro. No se trata, en esa soledad compartida, de “yo hice esto y vos deberías haber hecho entonces aquello”: aunque sea obvio, la lógica con sus encadenamientos no rige los afectos de dos vivientes que comparten sus palabras henchidas de silencios ofrecidos. Entre dos rostros aunados en su asimétrica exposición  no existe un tribunal; el juez tiene jurisprudencia entre partes, fragmentos, con su rencor y resentimiento de víctima: pero entre dos mortales que no son esquirlas olvidadas de otra cosa sino signos unitarios y exultantes, el juez empalidece y su voz deviene ronca, impotente; como una implosión de luces, como un rayo frío y púrpura, nuestro textura, nuestra textualidad, borronea el contexto: no hay afuera, bienvenidos al desierto de lo real de dos semblantes en reconocimiento. Y, por esto, la justicia no es un equilibro distributivo, porque no existe un tercero que estipule y juzgue, como un padre celoso, o un Estado endiosado, cómo se distribuye y quién falló en esa intercambio. Son presencias que no acusan contextos, que se pliegan a sí mismas y no requieren de un tercero. Un amigx dona a su amigx la inhallable dicha de vivir muchas vidas  y no espera nada, realmente no espera; sólo disfruta de constatar el núcleo fantástico de todo lo real. No hay terceros, y la justicia muta entonces en la palabra, es el espacio donde los dos tantean y garabatean su precaria justicia, como todo mortal. Por eso, pretender que haya un “equilibrio” entre lo que se da y lo que se recibe es un axioma demasiado mezquino, burgués. Uno da, lo que vuelve es siempre extranjero, un eco gratuito y distorsionado. Entre rostros enfrentados en la verdad de su piel sin códigos lo que hay es dones.  Ni ley ni jurisprudencia: una magia perecedera, siempre al acecho cada vez.