martes, 7 de abril de 2015

ALGO QUE NOS DESTRUYA




ALGO QUE NOS DESTRUYA
-sobre El Bálsamo. La suave pausa de la que estamos hechos-

Javier Martínez Ramacciotti



“Necesito algo que me haga concha el corazón.
Como cuando se te pega una canción espantosa
y necesitás otra pegadiza para remplazar
esa pieza en tu cerebro automático.
Necesito algo que me destruya.
Daiana Henderson

Todo crítico debería comenzar confesando de qué silencios es culpable. La escritura crítica se presenta elocuente, plena de palabras y sentidos, y en general tiende a desplazar las huellas de su conmoción. Pero hay obras que infringen una herida en el habla crítica; obras que introducen, entre ellas y un escrito, una vacuola de silencio. Es el caso de El Bálsamo, obra de danza contemporánea con dirección de Victoria Rosso repuesta los viernes de Abril. Cuando salimos del precioso Espacio Ramona, lo único que nos llevamos como herencia es toda la lengua hecha un ovillo de lana trabado en la garganta. Ahí están los términos de siempre para desgranarse ni bien se emplean: es una obra linda, es una obra emocionante, es una obra técnicamente impecable, es un flash. ¿Y qué decimos cuando decimos eso? Nada. Lanzamos palabras en el agua que se hunden dejando apenas una estela de pliegues en la superficie. De lo que no se puede hablar, mejor seguir hablando. El Bálsamo es una (a)puesta hermosa, pero en un sentido Rilkeano: “Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible” Bella, entonces, no por estética, no como anestesia distractiva, sino por terrible, por el disloque que infringe en nosotros, en nuestros acelerados y repetitivos mundos. El Bálsamo es de una hermosura silenciante porque es el principio de algo terrible que podemos intuir: hay otra modalidad del cuerpo, otra forma de existencia en contraste con la cual somos una vida menesterosa.
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo” es una cita común a la hora de pensar a las artes más asociadas a la praxis corporal- aunque todas, en sentido estricto, son artes del cuerpo- Lo que no suele ahondarse es que ese no-saber conlleva- e implica- un espacio de la experimentación de un cuerpo compuesto, un cuerpo del que no sabemos su potencia porque, en principio, no es un cuerpo, sino la convivencia pululante de varios. La obra introduce justo allí, en el espacio en blanco de esa ignoscencia- ignorancia e inocencia-, tres operaciones que delimitan la anatomía heterodoxa de los cuerpos que tratan y encarnan ese principio de lo terrible. En primer lugar, el cuerpo es un compuesto dinámico, un organismo que se contrae y distiende repetidamente, como un corazón múltiple, un corazón mamushka. Esas extensiones y contenciones azarosas finalizan encontrando, en segundo lugar, relaciones regulares, relaciones nacidas de la dinámica caótica del choque, de las variadas escenas donde los cuerpos se miden- y en esta expresión deberían escucharse los dos sentidos, tanto el referido a la escena de enfrentamiento como la remitencia a la mesurabilidad, la medida numérica-: un cuerpo compuesto que inventa relaciones y la ley de esas relaciones. Y, por último, El Bálsamo exhibe un compuesto corporal de relaciones que existe en tanto y en cuento conquista un entorno, unos cuerpos co-extensivos al especio que llegan a habitar por traslados y exploraciones. Efectuadas estas tres operaciones, que en la escena existen sólo plegadas unas a otras, ¿qué acceso novedoso alcanzamos sobre el cuerpo, qué cifra inaudita nos llevamos de la sala como un secreto intransferible y valioso? Ninguno. Al final, no sabemos más sobre El cuerpo pero sí retenemos algo sobre esos cuerpos. Al mutar la luz de la iluminación en penumbra, y ésta en oscuridad, justo cuando declina la escena, insisten sin embargo dos cosas: el residuo de la imagen de los cuerpos en la retina (como un efecto retardatario de la luz) y la voz de Agustín Albrieu Llinás, que excelentemente cantó y tocó la guitarra en vivo durante (en) la obra (como un efecto retardatario del sonido). Declinada la escena, unos cuerpos que exploraron la potencia de su composición relativa habitando un entorno sobreviven como hilachas de luz y sonido. ¿Será eso la suave pausa de la que estamos hechos, tal como anuncia el subtítulo de la obra? No ya una quietud, la inmovilidad entre dos movimientos, la insignificante coma entre dos frases importantes, la renuncia, sino la conquista de un movimiento lo más tierno posible, de una suavidad en el umbral mínimo de la materia, casi aire, casi agua, casi terrones de tierra despedazándose en el tiempo. La suave pausa, entonces, como una nueva disposición de los cuerpos y el espacio, esa inédita configuración que introduce como shock intuitivo el principio de lo terrible, la fe en un modo de la existencia que disloca la nuestra, que nos susurra: ¿para qué? no hay una verdad. ¿Para qué la preocupación, para qué la ansiedad, para qué el miedo, la tristeza, el delirio, la grandeza, el hastío, para qué tantas preguntas? No hay una verdad, como no hay un cuerpo: hay cuerpos inclinándose a la pendiente de gradación de la luz, hay cuerpos estirados hasta ser voz ondulante en el aire oscuro. ¿Para qué…? El Bálsamo no responde. Se toma una pausa, inventa unos cuerpos hechos de pausas, que ni saben ni ignoran. Cantan. Son un canto apagándose en medio de la noche, porque sí, porque no hay una verdad.
Y entonces, retomando el silencio primero, sabemos ahora que no era falta de palabras sino explosión de canto. Y que este canto, como el de las sirenas, no nos muestra nada pero nos deja intuir algo ¿hermoso? ¿terrible?. Al salir de la obra, mientras me alcanzaban al centro en el auto, F. hablaba con G. por celular y le decía “es re triste”, a lo que G. respondía “nada que ver, es lindísima”. Más tarde, sentado en un bar, mientras esperaba un whatsapp, pensaba: ambas tienen razón. Y pensaba: es triste y es linda, es hermosa y es terrible. Y anotaba en mi libreta: Estamos solos. No estamos solos. No es una cosa o la otra. Es una cosa y la otra. Al mismo tiempo y en la misma medida. ¿Me deja eso feliz? No, pero es un consuelo, un bálsamo, como quien dice.

El bálsamo es una obra hermosa y terrible. Al mismo tiempo y en la misma medida. Es terrible porque nos disloca dejándonos en el silencio; y es hermosa porque necesitamos con urgencia algo que nos destruya. Algo que nos haga concha el corazón.


************* EL BÁLSAMO *****************
La suave pausa de la que estamos hechos

LOS VIERNES DE ABRIL / 21.30 HS
ESPACIO RAMONA, Perú 766

* Intérpretes: Lucía Cravero
Roberto Delgado
Davina Maccioni
Erick Sánchez.
* Música original en vivo: Agustín Albrieu Llinás.
* Vestuario y asistencia artística: Florencia Martínez.
* Diseño de luces: Rafael Rodríguez.
* Escenografía: Juliana Manarino.
* Colaboración artística: Susana Leal.
* Diseño Gráfico y fotografías: Agustina Rosso.
* Arte en programa: Alejo Schettini.
* Texto en el programa: Valentín Rodriguez.

* Dirección: Victoria Rosso.

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