jueves, 4 de agosto de 2011

EL SACRIFICIO Y LA INFANCIA DEL MUNDO
-rodeos alrededo de Tarkovsky, Mccarthy y Dios-


En estos últimos días, la página Cuevana tuvo el acierto de postear una vieja película de Tarkovsky que nunca había visto: “Offret”. La traducción que se hizo del título al castellano es “Sacrificio”, y la película efectivamente gira alrededor de ese tópico caro, no sólo a la religión, sino también a la filosofía. En el caso particular de esta película, hay un trabajo sumamente interesante que se hace con la cuestión del Sacrificio, y lo realiza desde una perspectiva y una narrativa que me condujo inmediatamente -en mi opinión- a una de las mejores novelas editadas en lo que va de este siglo corto, a saber:  “La carretera” de Cormac McCarthy. Como queda claro en la dedicatoria final, “Offret” es un film que Tarkovsky realizó para su hijo; del mismo modo, McCarthy hizo de público conocimiento en muchas entrevistas que a su novela la comenzó a escribir cuando nació su último hijo y se la dedicó al mismo. En consonancia con esta coincidencia genético-biográfica, hay elementos homólogos en las dos obras: en las dos historias aparece focalizada la relación de Padre-Hijo en el  escenario de un desastre ocurrido o por ocurrir; se trata en los dos casos, además, de historias de salvación y qué es aquellos que se puede y/o se debe sacrificar para alcanzarla, así como de qué es lo insacrificable. En el plano formal, tanto la película como la novela efectúan una articulación bajo  una modalidad extravagante entre “narrativa de formación”, “imaginación del desastre” y “fábula de salvación” que termina transfiriendo-sin transitividad intencional ni transparente- una verdad incómoda: es como si todo infante que decidiera abrir los ojos al mundo implicara, en y por esa acción, una destrucción previa.

Si bien en la película de Tarkovsky las resonancias y remisiones a la Biblia son harto evidentes desde un principio, “La carretera” también se configura en un particular contrapunto con ciertas figuras y tópicos diseminados en el Cristianismo. Evidentemente, desde el título de la película uno es primeramente enviado al relato del sacrificio para desde el interior del mismo elucubrar una sentido novedoso del mismo. Personalmente, creo que hay al menos tres relatos de sacrificio en la Biblia: el paradigmático de Abraham e Isaac, el de Jesucristo como el Cordero sacrificado por toda La Humanidad(en sentido estricto, una ampliación del primero) y un último: el relato del Libro del Apocalipsis, en el cual el universo todo es sacrificado. Los dos primeros, tal vez los más canónicos y por ello más presentes en las re-elaboraciones del tópico, son sacrificios estrictamente Antropológicos; incluso cuando en el segundo se trata de Jesús, lo que se plantea en todo caso es una definición de Lo Humano más amplia en tanto posibilidad de relación con Lo Divino. No obstante, el tercero, el de El Libro del Apocalipsis, es un “sacrificio ontológico”: la totalidad de lo que existe es sacrificado. Uno podría hipotetizar(y es mi caso) que el horizonte desde el cual debe ser leída la Biblia es el de la La Destrucción; correlativamente, el primer libro no sería el Génesis, sino el Apocalipsis: o mejor, sólo desde la destrucción( del abismamiento de lo que es) es posible la generación. Así, en esta particular exégesis bíblica, Génesis y Apocalipsis se co-implican y están presentes como dos dimensiones del mundo simultáneamente, cada vez. Desde esta óptica, por lo tanto, podría afirmarse que el mundo incesantemente se sacrifica sí mismo para salvaguardar la posibilidad del génesis, esto es: la infancia de un mundo. Lo insacrificable sería, de este modo, el sacrificio mismo, ya que si el sacrificio fuera sacrificado- si no hubiera sacrificio o si hubiera un último sacrificio- se correría un doble y gemelo riesgo:  La Obra total en sí misma realizada o la destrucción absoluta sin resto. En ambos caso, lo mismo: la imposibilidad de un mundo y algo nuevo naciendo en él.

Quizá teniendo en cuenta esta tercer línea de interpretación del sacrificio en la Biblia (y por ello, en occidente), tanto Tarkovsky y McCarthy, a la hora de heredarles algo a sendos hijos, imaginaron historias terribles de destrucción, sacrificio  y salvación: hay algo en el rostro de los niños al nacer que trae consigo una fuerza tan poderosamente inaugural pero al mismo tiempo tan inmemorialmente antigua que es necesario despejar el espacio para que ello tenga lugar y, de este modo, conservarlo. Historias, a su vez, que no renuncian a la lucidez insoportable de aceptar-en la línea del “sacrificio ontológico”- que tal apertura del espacio conlleva un sacrificio sin el cual esa “buena nueva” nunca tendrá lugar, y que además no será nunca el último. Asentadas en esa lucidez obscura y paradojal, ambas obras parecieran indicarnos que para que advenga un niño es necesario un sacrificio; nos recuerdan, por ello, que lo insacrificable es el sacrificio, y que en el sostenimiento imposible de esa verdad se juega algo así como la salvación.

En el origen no está El Verbo sino-como sucede en los dos relatos- un infante(etimológicamente: sin habla) caminando al lado de un padre rodeados de un mundo que se va cayendo a pedazos sólo para que ellos sigan avanzando hasta el nacimiento de un nuevo día: el momento donde el niño quedará solo y, de una vez por todas, balbuceará. Y su voz será la lengua del porvenir, de la salvación.

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